Por: Jorge O. Veliz / Alejo Iglesias
La racionalidad como criterio fundamental del filosofar nos confronta con nuevas concepciones de nuestras vivencias y convivencias, en tanto situaciones de existencia pensada.
El filósofo no se contenta con gustar de la vida,
sino que quiere penetrar en ella, reduciéndola,
haciéndola consciente, transparente a su razón.
María Zambrano
El ejercicio reflexivo sin elevación de consciencia redundará en una visión sesgada o tendenciosa de aquello que es motivo de análisis. Entonces, al buscar nuestra propia razón, ¿cómo revisaremos sus fundamentos, desde qué perspectiva los examinaremos?
La labor de cuestionar lo preconcebido, lo heredado, para transitar la vida por nuestra propia senda, dándole a ésta el sentido personal que anhelamos, incluye el desafío de confrontarla con las razones de los otros. El hecho ineludible de que cualquier individuo desarrolla su existencia en relación con los demás acarrea a la filosofía práctica su perenne condición de polémica: las normas de vida que nos dicte nuestra razón se toparán, tarde o temprano, con posiciones alternativas -e, incluso, opuestas- en el pensar y el hacer ajenos.
Hace siglos que, como seres culturales y psicológicos, buscamos un criterio racional para distinguir y valorar los actos y las acciones según Lo Bueno (virtud) y Lo Malo (vicio) y a esta búsqueda damos el nombre de Ética.
Dado el carácter siempre inconcluso y atemporal de esta búsqueda, podemos abordar las Razones de los clásicos, dado que aún tienen mucho para sugerir a nuestro mundo actual. Razones, todas ellas, postuladas como sabiduría, es decir, como inteligencia aplicada a la vida para guiarla de la mejor manera pensable.
Desde fines del S. VI a.C. y hasta mediados del S. IV a.C., en Grecia surgieron variadas escuelas éticas que dejarían su impronta indeleble en la tradición del pensamiento de Occidente, de allí que se denomine Clásico a este período.
A los filósofos presocráticos les había preocupado comprender el universo a partir del conocimiento de sus componentes físicos (fisiócratas) y de la estructura ordenada de la naturaleza (cosmólogos); a partir de Sócrates, la prioridad será otra: proveer principios racionales para justificar la conducta (ética) y organizar la convivencia social (política). Por entonces, la labor filosófica comienza a prevenirse de la amenaza de los Sofistas, quienes reducen la razón a una mera herramienta de engaño y persuasión.
La figura de Sócrates (trazada históricamente por los escritos de Platón) marcará el ingreso a las propuestas éticas clásicas: un recorrido por las alternativas del ser humano en busca de Lo Bueno.
El Signo de Interrogación te propone:
¿Crees que la aspiración a una definición universal de Lo Bueno es una tarea posible o que Lo Bueno no es más que un concepto propio de cada contexto histórico-cultural?