Por: Jorge O. Veliz
No sería posible descubrir el deísmo si antes no se liberó el pensamiento de la atadura de los dogmas.
El libre pensador basa sus reflexiones en la lógica, la razón y el empirismo, dejado a un lado la autoridad, la tradición, la revelación o tal o cual dogma. Todo juicio así sustentado debe entenderse como “librepensamiento” y, “librepensadores” serán quienes los aplican a partir de esas tres premisas.
“El librepensamiento es el intento de juzgar una proporción por el peso de la evidencia”
Anthony Collins (1676-1729)
“El siglo de las luces y el deísmo”
La soberanía de la razón.
Días atrás releí la columna que escribiera mi amigo Rodrigo Llanes, psicólogo y astrólogo, en cuanto a la libertad, la cual tituló: “La libertad es Ser quien uno Es”. Pensé en lo afanoso de esa aseveración, menuda tarea; por lo general somos lo que se espera que seamos. Ese título me evocó aquella famosa frase de la obra de William Shakespeare “Ser o no Ser”, pero no en el sentido de la incertidumbre que afronta Hamlet sino como una máxima que no pretende una elección entre: “las flechas y pedradas de la áspera Fortuna” y la muerte; pero sí de “armarse contra el mar de adversidades” que deberemos de afrontar si decidimos Ser nosotros mismos o bien resignarnos como lo recuerda Berckemeyer (Filosofía y libertad), a pasar nuestras cortas vidas como el agua corre por la acequia: totalmente determinada y sin darse cuenta.
Claro está que, en mayor o menor medida la historia de cada uno de nosotros lo ratifica: no es sencillo despojarse de la subjetividad con la que hemos elaborado nuestras ideas, elevarse hasta una posición por encima de dogmas, políticos o religiosos a fin de reflexionar libres del corsé de los mandatos y una vez allí, en el podio de los trasgresores, atrevernos a proclamar sólo el genuino pensar, ninguna verdad. Aquellos que lo han logrado han alcanzado cierta inmortalidad en un mundo en que - como dijo Borges – “todos caminamos hacia el anonimato, sólo que los mediocres llegan un poco antes”.
Durante siglos las almas que desafiaban el modelo Ser que los dogmas mandaban, estaban más próximas a la hoguera que al logro de Ser quienes eran y así poder expresarlo. Mientras escribo recuerdo dos enormes intelectuales, uno de ellos proveniente del cristianismo, de la orden de los dominicanos y el otro del judaísmo, ambos se atrevieron como libres pensadores a ejercer una libertad autoproclamada, incipiente aurora del siglo de las luces (XVIII). Giordano Bruno, religioso, filósofo y astrónomo que entre sus atrevimientos considero a Jesús como un mago, avaló la idea del heliocentrismo propuesto por Copérnico, yendo más allá en sus teorías cosmológicas al proponer que el Sol era simplemente una estrella y que el universo seguramente estaba integrado por un infinito número de mundos habitados por animales y seres inteligentes. Giordano fue condenado a muerte y murió en la hoguera en Plaza di Fiore, en el 1600, en Roma *(1)
Unas décadas después, en 1656, Baruch Spinoza a quien sus contemporáneos lo tildaban de “ateo” por defender su visión panteísta en la que Dios se identificaba con el Todo como manifestación visible, fue expulsado de la comunidad judía de Ámsterdam a raíz de sus controvertidas ideas en cuanto a la autenticidad de la Biblia hebrea, su visión panteísta en cuanto a que el mundo en sí es una parte de Dios y, por el cuestionamiento de la autoridad rabínica. Se salvó de la hoguera, pero lamentablemente no de la tuberculosis, murió en 1677 cuando contaba con cuarenta y cuatro años. Tanto Giordano Bruno, como Baruch Spinoza, fueron capaces de trasponer los límites impuestos por sus respectivos dogmas y defender sus propios criterios. Pienso en esa visión de Dios del “príncipe de los filósofos” como lo definió Gilles Deleuze, que se aproxima al pensar deísta en cuanto a que el mayor don divino legado a la humanidad no es la religión, sino «la capacidad de razonar» y en que la divinidad no interviene en absoluto en los quehaceres del mundo. Me viene a la memoria:
Mientras el imperio incaico se desvanecía, el joven chaman se encontraba en sedestación cuando alcanzó el justo medio entre intuición y razón accediendo a la “iluminación”, ese trance cognitivo que le permitió ver más allá: “…los dioses ya han hecho su parte, pues la magnificencia divina ya había sido vertida en todo lo creado…; el hombre había sido colmado con la gracia celestial y en él estaba transitar el sendero que lo condujese a todas las respuestas y a todas las soluciones…, en él estaba escribir la historia de la humanidad, de él dependía. Sólo de él”. *(2)
Samay no sabía que había accedido a la verdad deísta.
Si bien esta creencia tiene sus raíces en la filosofía clásica, siendo Epicuro el más cercano a ese credo al considerar posible conocer a los dioses por medio de la razón, no fue hasta el siglo XVIII y de la mano de la revolución científica, que el deísmo aparece como tal en Europa, creencia bastante difundida actualmente, estimándose que alrededor de un cuarto de la población mundial la comparte.
Quien profesa el deísmo no llega a él por mandato sino por elección, habiendo desechado otros credos no ruega a Dios, agradece, agradece los dones recibidos, es consciente que en su vida terrenal debe ser artífice y se dispone a honrar el legado obrando en el bien.
Jorge O Veliz.
.*(1)”Libres pensadores, atreverse a pensar, arriesgarse a morir”, El Liceo, Misceláneas, (17-02-2023)- Jorge O. Veliz
*(2) “A salvo del olvido” novela histórica-ficción. (2021 Jorge O. Veliz