Por: Jorge O. Veliz
Eróticamente, hay algo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos: el deseo sexual es promiscuo por definición. Silvana Savoini, Psicóloga, Sexóloga.
La necesidad del deseo.
Imperativo primigenio
Pocos días atrás, con motivo del día de la mujer, explorando la historia de las mujeres en la filosofía, me detuve en Diotima “la maestra del amor” de Sócrates. Ella sostenía, según Platón, que Eros es algo que está entre Dios y el ser humano. Se podría especular entonces que, si el placer es parte de la creación divina y lo erótico es una construcción humana a partir de las habilidades que provienen del neocórtex, bien justificado fue el respeto que sus contemporáneos tenían por ella; saber inspirado quizás en la diosa del amor, la bella Afrodita, quien hizo del erotismo, un arte.
Fue entonces que de la mano de Diotima y Afrodita volví sobre mis pasos, a un trabajo inconcluso que había comenzado tiempo atrás; reflexiones sobre un artículo de Paulo Coelho (1), en cuanto al comportamiento sexual de diversas especies, cuyas conclusiones derrumban mitos populares, revelando que la infidelidad conyugal está presente en todo el reino animal. “En el mundo infantil, la infancia. En el mundo adulto, el adulterio” opina allí el profesor David Barash.
¿Por qué sucede?
Por aquello de que “la filosofía sólo se puede aprender mediante el ejercicio y el uso de la razón…” decidí avanzar en aquellas reflexiones dejadas en stand by, ensayando una respuesta recurriendo a cierto paralelismo con la terminología kantiana, diciéndome (para animarme a esta osadía reflexiva) que se aprende de los errores de cuando hacemos.
Partiendo de ese artículo de Coelho sobre “promiscuidad animal” y buscando un adjetivo que aplicara a ese tipo de conducta, acuñé el término kantiano “imperativo”, entendiendo que existe una pulsión de origen genético implícito en todo ser vivo cuyo fin no es otro que la perpetuidad de su especie; un imperativo primigenio.
Este imperativo, según mi perspectiva, sería análogo al imperativo Kantiano en cuanto a lo categórico, es decir, implica una obligación absoluta e incondicional. En línea con la terminología Kantiana, puede aplicarse también el concepto del imperativo hipotético, el cual establece un curso de acción que tiene determinado fin, pero al cual se puede renunciar, momento en que, deja de ser un imperativo. Así, se presentan dos situaciones, el imperativo primigenio, es categórico para todas las especies excepto, la especie humana, en cuyo caso se trata de un imperativo hipotético, ya que gracias al intelecto, es posible renunciar a la procreación.
En sintonía con el pensamiento Kantiano y la idea del hombre como fin en sí mismo, veo al “imperativo primigenio” como premisa transgeneracional: la humanidad como fin en sí misma.
Pero, por otro lado, las analogías imperativas dejan de serlo cuando analizamos su procedencia, el primigenio, (natural) de la bioingeniería que la determinó en su origen, mientras que el categórico Kantiano (cultural), de una construcción sobre la conducta humana, fundada sobre la ética y la moral.
El imperativo primigenio carece y prescinde de lo cultural, su concreción no exige mérito o virtud alguna, sólo la integridad funcional del sistema neuro endócrino.
La humanidad como un fin en sí misma, la perpetuidad del “ser”, sólo es posible por obra de la fecundación, para la cual, el deseo es su precursor. A ese caro fin, se ha previsto una batería de recursos: los naturales o fisiológicos, como la eclosión endócrina, el fluir hormonal y el consecuente imperativo reproductivo. Además, nuestra especie cuenta como se mencionara al principio, con las habilidades provenientes del neocórtex y con ello, el sumar a los mandatos fisiológicos los más variados artilugios seductivos: emocionales, materiales, gestuales, cromáticos, sonoros, cinéticos, visuales, olfativos y estéticos; recursos alineados al placer, no necesariamente, a la reproducción.
Esta posibilidad de optar por el placer sexual excluyendo la fecundación, motivó desde hace milenios el desarrollo de métodos anticonceptivos; el primer texto médico referido a la anticoncepción se conoce como “Papiro de Petri” y data del año 1850 a.C., y desde entonces, el fin anticonceptivo en la conducta humana ha llegado hasta nuestros días.
Esta capacidad de decisión, el carácter hipotético del imperativo en nuestra especie, fue, es y será un riesgo para la continuidad humana. Tengamos en cuenta que en 1960 la tasa de natalidad promedio en el mundo fue de 36 nacidos vivos cada 1000 habitantes y en el año 2021 esa cifra había descendido a 17 nacidos vivos.
Se puede afirmar que las deliberaciones reproductivas y de planificación familiar son casi exclusivas de sectores de un nivel educativo óptimo y de un grupo etario que no es el de la pubertad. Al respecto de este factor cronológico, es interesante observar una vez más las dismetrías entre el dictado primigenio y la lógica humana.
Por curiosidad he sondeado opiniones consultando ¿A qué edad estimas que una pareja cuenta con la madurez necesaria para brindar a los hijos una contención adecuada?
La mayoría coincide en que la madurez sexual tan próxima a la niñez, es casi un disparate que colisiona con lo que implica una paternidad responsable. Sin embargo, en el diseño primigenio, pareciera todo lo contrario: “cuanto antes mejor”.
Es entendible desde la perspectiva de la supervivencia, la temprana madurez sexual procura anticiparse a cualquier impedimento futuro que pueda frustrar la procreación, además, en esa inmadurez cognitiva, la posibilidad de optar es menor que a mayor edad, subyacen atávicos estímulos reptilianos en la conducta sexual y están ausentes los planteos existenciales, que pudieran condicionar el imperativo primigenio.
¿Existiría la humanidad si así no fuera?
Como sabemos, este imperativo creador cuyo ariete es el deseo, no se subordina necesariamente a la razón, entrando en colisión con la continencia que el deber moral impone. De las consecuencias de esta compulsa resulta la frase-sentencia: “la monogamia social raramente viene acompañada por la monogamia sexual”
Me detengo en mi reflexión, diría propedéutica, para compartir con ustedes sobre este habitual esquivo tema, la opinión de una reconocida especialista, la Psicóloga y Sexóloga, Silvana Savoini, quien nos dice:
Cuando decimos que la monogamia es social y no natural, nos referimos no sólo a las razones biológicas, sino también al más complejo y sofisticado representante de la subjetividad humana: el deseo. El deseo, ya lo dijo Freud, no tiene un objeto determinado, justamente por eso se diferencia de las necesidades, que tienen satisfactores específicos que pueden calmarlas. La sed, puede saciarse con agua, pero para el deseo no existe un objeto ni una persona adecuada que termine por saciarlo…afortunadamente! Ya que el deseo motoriza nuestra vida, a tal punto que cuando dejamos de desear, nos deprimimos. Cuando digo deseo no digo sólo deseo sexual, sino todo lo que deseamos, eso que hace que siempre queramos algo más, y nos impulsa a conseguirlo.
Eróticamente, hay algo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos: el deseo sexual es promiscuo por definición. Que luego queramos ceñirlo con un apretado corsé a las pautas culturales que imponen la monogamia, es otra cosa. Entonces intentamos domesticarlo. Formar parte de un proyecto de pareja, preferentemente heterosexual, con un pacto de exclusividad sexual (monogamia), y procrear, es parte de un mandato heteronormativo, que va más allá de la cuestión de la orientación sexual, constituye un modo de organización social, funcional a los modelos socio económicos en los que se desarrolla la cultura occidental. Entonces no sólo es difícil aceptar las diversidades sexuales sino también las disidencias relacionales.
Las disidencias relacionales son todas aquellas formas de vincularnos sexo afectivamente que difieren a ese patrón de monogamia social (relaciones abiertas, poliamor, etc.), y que responden a la libre expresión de las subjetividades, y por lo tanto, del deseo. Promiscuo, inquieto, irreverente, indomesticable…por eso se frustran sistemáticamente los intentos de acotarlo. La infidelidad, en su elevada proporción, no es más que la evidencia del fracaso de las restricciones que la monogamia impone al deseo.
Con las cartas sobre la mesa, admitiendo una evidencia que puede resultar incómoda de aceptar, podemos observar dos mandatos imperativos y secuenciales, el primigenio, esencial e imprescriptible cuyo fin atiende a la perpetuidad de la especie, sexo dependiente y el segundo, cuyo fin es el recto proceder, sujeto a sus variables culturales y temporales. A la especie humana, como máxima expresión de la creación le cabe el desafío de conducir su acción entre estos imperativos, provenientes de la emoción y de la razón.
Las circunstancias y los paradigmas han cambiado a lo largo de los siglos, hoy es otro el escenario al de aquella Grecia antigua, la de Afrodita, Diotima, Diógenes, Aristóteles y tantos notables más, sin embargo, las motivaciones humanas siguen siendo impulsadas por el deseo y, los actores del presente no diferimos en mucho a los del pasado; por lo tanto y a mi entender de cómo conducirse en el ejercicio deliberativo de la necesidad del deseo, conserva plena vigencia el concepto aristotélico sobre la virtud de la prudencia en nuestro obrar.
Jorge O. Veliz.
Mi agradecimiento a la Psicóloga y Sexóloga Silvana Savoini, por su generoso aporte en este artículo.