Por: Jorge O. Veliz
¡El mundo está en permanente transformación,
como el mar que rodea toda la Tierra
y es padre de todo lo viviente!
Tales de Mileto
El Mar.
Aquí, en esta playa, siendo muy pequeño descubrí por primera vez el magno océano, cuando la espuma blanca de aquella ola mojó mis pies. Aquí entre estos mundos disímiles bajo los dominios de la Cruz del Sur, inicie mis vivencias mágicas junto al mar, el inmutable testigo del andar humano.
Aquí mis padres fundaron su pequeño refugio cuando sólo un puñado de casas se atrevían sobre un desierto de arena a cambiar una fisonomía milenaria de médanos nómades, presos de los caprichos de los vientos, salpicados por verdes tamariscos.
Desde aquí les doy gracias por aquella aventurada decisión de pioneros, de ser parte de la historia de ese incipiente balneario Sauce Grande, en un tiempo donde la electricidad y la telefonía pertenecían al mundo civilizado, donde sin camino costero llegar entre médanos y pantanos hasta “Achalay” era toda una aventura. En ese entonces, casi librados al azar de las circunstancias y menos aprensivos, vivíamos con menos miedos y más confianza que en la actualidad; el candil, la vela, la barra de hielo y una caña de pescar eran suficientes para sentirnos plenos.
Aquí, mucho tiempo después de aquellos primeros pasos sobre la arena húmeda, con otro mirar encuentro dos paisajes, el de los cambios, el mutable, en el que el urbanismo se ha impuesto sobre la belleza de lo virginal, pero donde felizmente perdura, el otro horizonte, el inmutable.
Allí la aurora que enciende el espíritu conserva su magia, allí el Sol emerge lejos sobre la bruma marina, acompañado en su derrotero por el vaivén de la marea, quien marioneta de la Luna se mostrará distante o plena. Así se enciende el día, con el agua brava y el viento cómplice o la quietud de la calma chicha, para luego descender lentamente hacia el Oriente dejando un halo carmesí tras su paso, pintando con mágico pincel las nubes del horizonte.
Luego, las sombras todo lo ocultan, menos el murmullo del mar y sus tesoros nocturnos; la Luna llena, la Cruz del sur, Orión, la Vía láctea…, quizás comprendamos que somos parte de ese manto centellante, regalo del cielo.
Aquí, perdido en mis recuerdos, sigo el movimiento de una ola…, rompe allí nomás, besa la arena y regresa a su lecho marino, otra le sigue y así ha sido desde el comienzo de los tiempos.
El paisaje inmutable me confunde, me pregunto cuánto tiempo ha transcurrido desde aquel primer atardecer, ninguna referencia externa me ayuda a descifrarlo, el paisaje es el mismo que antaño; presumo que lo seguirá siendo por centurias, es la eternidad en nuestra dimensión humana y es que en el mar,... ha naufragado el Tiempo.
Jorge O. Veliz .