Por: Jorge O. Veliz / Alejo Iglesias
En cada historia de vida se escribe, con palabras y actos, la asunción de una actitud filosófica. En estas líneas explicitamos una de ellas...
Abordamos en estas líneas la reflexión sobre una de esas personalidades tan sorprendentes como ejemplares: gente que hace de las ordinarias circunstancias vitales un extraordinario acontecimiento de substancia personal.
En su nota “La increíble historia del cirujano que vende pochoclo en una plaza”[1], Javier Firpo nos invita a conocer a Julio César Adad, un integrante de esa inmensa masa de argentinos denominada “clase media”, sector social de compleja caracterización sociológica y variopinta composición ideológica -ambas dimensiones proponen un estudio apasionante que desborda nuestro tema[2]-.
A primera leída, la nota nos relata una historia de auto-superación poco frecuente -como logro- pero muy acostumbrada -como intento- en nuestro país: el hijo de trabajadores perseverantes asciende en status socioeconómico a través de un derrotero de intenso esfuerzo personal.
El caso de Julio César nos resulta moralmente admirable (su decisión no sucumbió a las circunstancias adversas) y psicológicamente asombroso (su personalidad no se amoldó a las determinaciones culturales) pero nos inspira, también, a analizarlo desde el punto de vista filosófico.
En esta historia de vida, la temporalidad como condición de nuestra existencia se ve desafiada. En efecto, ante el joven Julio César, la vida, interrogada por un sentido, se abre como perspectiva y a ella se lanza él, concibiéndola como plan, sueño o ilusión hacia el tiempo “de adelante”, el futuro, el “allí” donde lo pendiente va a resolverse, ya sea en cumplimientos o frustraciones.
Pero al englobar su testimonio en el arco de la vivencia, en la que todos los tiempos de la historia personal se hacen presentes en el Presente, la mirada cambia. Julio César ya no sólo concibe su situación como un punto sobre la línea unidireccional de un relato biográfico, sino que emprende un retorno: ese “después” (conquista del ascenso social), donde la felicidad aguardaba, no se puede habitar plenamente sin convivir con el pasado, ese “antes” (legado familiar) donde otras motivaciones e inspiraciones aún subsisten y claman por realización.
Justamente, ligando y redefiniendo en su presente la relación entre su pasado y su futuro, es como la conciencia concilia su encarnado sentido existencial.
Reflexión mediante, el Dr. Adad asume que el cirujano no logra abrazar su plenitud anímica sin fundirse con el hijo de inmigrantes laboriosos: Julio César tuvo que llegar a empuñar ese logro profesional, en el cual, las expectativas de sus padres situaban toda la realización personal, para, por el contrario, descubrir que las satisfacciones alcanzadas en el éxito académico, no le eran suficientes para lograr su plenitud personal.
La forma del razonamiento “título universitario, entonces realización, entonces felicidad” se reveló falaz para él. El mundo anímico del profesional exitoso emitió su aviso: las fórmulas del mundo convencional debían ser adaptadas por él mismo y llevadas a su vida de una manera emocionalmente saludable.
Estas facetas de su desarrollo personal convergen en el “ahora” de su estado emocional; una de ellas lograda con todo mérito, otra postergada que puja por ser parte presente de su historia. Julio César plasma el dialéctico devenir de la personalidad: él es Julio César sólo si aparece en el mundo como cirujano y, también, como amable comerciante en el carrito de pochoclos de una plaza rosarina. El valor del Regreso (ir hacia atrás, retroceder) como dimensión inherente al Progreso (ir hacia adelante, avanzar), lo dignifica ante su Yo y lo resignifica en su biografía.
La Naturaleza nos regala al respecto una metáfora adecuada: no hay fruto que no esté nutrido por un tallo desde una raíz. Para Julio César, el fruto del esfuerzo será completo si se saborea asentado sobre las raíces del árbol que lo sustenta.
Comenzamos diciendo que abordábamos la reflexión sobre una de esas personalidades tan sorprendentes como ejemplares: gente que hace de las ordinarias circunstancias vitales un extraordinario acontecimiento de substancia personal.
En términos filosóficos, Julio César, pareciera inspirado por la máxima esculpida en el pronaos del templo a Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”.
En esta historia reaparece la interpretación racional de nuestra humana condición: el pensamiento se vuelve sustancia fundamental en la transformación reflexiva de las propias circunstancias, cuando se está decidido a desafiarlas.
[1] Firpo, Javier: La increíble historia del cirujano que vende pochoclo en una plaza en Diario Clarín (edición digital 29/05/2022): https://www.clarin.com/sociedad/increible-historia-cirujano-vende-pochoclo-plaza_0_Vnjd8wcCiW.html
[2] Así como otras temáticas de gran importancia que la nota abre y nos compromete a considerar, entre ellas: las crisis vocacionales (el estudiante de medicina que consideró firmemente que la carrera no era para él), el poder de los paradigmas culturales (“a Adad le repiqueteó el mandato de que para ser alguien tenía que estudiar y lograr el título universitario”), el reconocimiento social del esfuerzo individual (“a nadie más que al estudiante y su familia le importaba un diez de promedio en el primer año de la carrera de medicina”), empatía en práctica y no sólo en teoría (el oportuno abrazo alentador de una profesora logró que un estudiante no abandonara los estudios), la posibilidad del desarraigo migratorio como alternativa de supervivencia económica o la valoración monetaria de la idoneidad científica ($7.700 en tres meses cobra este médico por una cirugía de pie).