Pensadores, grandes alquimistas.

Para crear, antes debemos reflexionar. Todo lo que existe, antes fue pensado.

Por: Jorge O. Veliz / Alejo Iglesias




articulo

19/04/2022

Resumen

Iniciamos un recorrido histórico por una amplia antología de mujeres y hombres que han ejemplificado cómo las semillas promisorias del pensamiento germinan cuando cultivamos su libre ejercicio.


 

En todos los tiempos, fueron los libres pensadores quienes buscaron respuestas a las incógnitas fundamentales de la condición humana y nuevas opciones a los paradigmas culturales de cada época; ellos han sido los protagonistas de los grandes cambios en todas las disciplinas intelectuales a lo largo de la historia humana.

Un carácter universal del pensar filosófico es la reflexión, sin ella no hubiese sido posible el desarrollo de la ciencia, de las religiones ni de otras concepciones ideales.  Por esa razón, comparto aquello de que “la filosofía es la madre de todas las ciencias”.

Cuando, en la quietud del paisaje de la campiña inglesa, Isaac Newton (1643-1727), advirtiendo la caída de una manzana desde un árbol hacia el suelo, era invadido por la curiosidad y se preguntaba: ¿Cómo pueden caer los cuerpos? ¿Por qué caen los cuerpos?, se internaba en terrenos filosóficos al  intentar hallar una respuesta recurriendo a la reflexión. Tan determinante fue para este genio el pensamiento de índole filosófica ante el campo de los conocimientos científicos, que una de sus obras más célebres tiene como título: “Principios matemáticos de la filosofía natural”.

En otro continente, mucho antes en términos históricos, Shakyamuni (563-483 a.C.), figura fundacional del budismo, se propuso indagar sobre el sufrimiento humano. Dedujo que mientras el dolor humano estuviera presente, la felicidad completa no sería posible de alcanzar, por lo tanto, quien se empeñase en lograrla debería averiguar tanto qué es el dolor cómo cuál es su causa; al hacerse esas preguntas, también él incurría en el filosofar.

La filosofía es tan vasta en su alcance como inadvertida en la conciencia colectiva; reivindicada, sí, por una minoría consciente de que el “amor a la sabiduría”, nacido de la curiosidad y del asombro, encuentra en la reflexión el camino hacia la razón.  

En referencia a los inicios históricos de tal camino, en nuestras páginas de Pienso (edición 2020), en la columna “En el comienzo fue Tales”, escribíamos junto a mi amigo el profesor Alejo Iglesias, sobre Tales de Mileto (640-546 a.C., astrónomo y figura clave en los albores de la filosofía de Occidente) lo siguiente:

“…vaticinó un eclipse solar en el año 585 a. C. y con ello puso, sin imaginarlo, fecha de nacimiento a la actitud intelectual que marcaría a la filosofía occidental toda: la pregunta nacida del asombro ante los fenómenos, la investigación impulsada por la curiosidad que exige develarlos y la respuesta que sólo se acepta en términos racionales, es decir, en términos discursivos, sostenidos por la evidencia y justificada mediante el argumento.  

Así, un eclipse dejó de ser efecto de la voluntad de algún dios olímpico que la pitonisa pudiera develar, o una señal de la naturaleza que el poeta accediera a interpretar, o un acontecimiento que el mito lograra describir: un eclipse es un fenómeno de la naturaleza que el pensamiento humano explica, es decir, extrae de la dimensión misteriosa para situarlo en la dimensión de lo racionalizado”. 

Desde el Espacio de Filosofía El Liceo, iniciamos, con esta introducción, la antología “Pensadores, grandes alquimistas”, dedicada a aquellos notables pensadores quienes, con sus aportes, marcaron un hito en la evolución intelectual de la humanidad, en general, y de sus avances científicos, en particular.

En nuestra próxima publicación, comenzamos esta antología abordando el legado de Hiparco de Nicea.

 

Jorge O. Veliz

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