Por: Jorge O. Veliz / Alejo Iglesias
Abordamos la deliberada dilación -e incluso suspensión- de nuestra facultad de elaborar y emitir juicios. ¿Es el escepticismo un llamado a la prudencia práctica o una renuncia al compromiso epistémico?
Al escéptico ocurrió con la felicidad
lo que a aquel pintor que, teniendo poco éxito en pintar la baba de un caballo,
arrojó frustrado su esponja sobre el cuadro y ésta,
al chocar con el paño, plasmó dicha baba.
Sexto Empírico
El escepticismo registra un desarrollo históricamente amplio de su doctrina, a lo largo del cual ésta fue adquiriendo distintos grados y matices: desde la de Pirrón de Elis (S. IV a.C.) hasta la de Sexto Empírico (S. III d.C.). Desde sus orígenes, la renuncia al juicio (afasia) marcó el radicalismo de su planteo teórico, trasladando la cuestión ética -es decir: ¿en qué consiste vivir bien?- a las arenas epistémicas -es decir: ¿en qué consiste conocer bien?-.
Los escépticos asumen que la felicidad consiste en la imperturbabilidad del ánimo (ataraxia) y que filosofar consiste en pensar cómo alcanzar dicha experiencia, pero, a diferencia de las otras escuelas, no buscan alcanzar un nivel de comprensión (cósmica o práctica) sobre el cual basar ese estado anímico. Por el contrario, interpretan a la búsqueda de conocimiento como un proceso en el cual toda aspiración a la calma anímica resulta frustrada: mientras investigamos nuestra realidad en persecución de la verdad no hacemos más que extraviar nuestro bienestar. Esto es así porque cada respuesta conduce a una nueva pregunta, cada evidencia recibe el embate de una imprevista duda… Nuestro ánimo no encuentra, ni por sí mismo ni compartiendo la investigación junto a otros, certeza sobre la cual reposar.
El escéptico es un sujeto que duda o está en desacuerdo con lo que es aceptado como verdad objetiva, pues sostiene que la emisión de todo juicio depende del sujeto que estudia y no del objeto estudiado. Un escéptico diría “mi día ha sido hermoso” y no “el día ha sido hermoso”: se trata de emitir opiniones y no juicios, es decir, de no abandonar la disposición a la epojé (suspensión del juicio).
Esto no quiere decir que escéptica (skeptikoi: quien no cesa de examinar) sea la persona que posterga indefinidamente toda resolución, apartándose del fluir práctico de la vida; escéptica es aquella que hace de la prudencia su regla de conducta, es decir, aquella que delinea y valora sus opiniones y acciones según el criterio de lo plausible, poniéndolo en lugar del criterio de lo certero. El conocimiento al que aspira el escepticismo es aquel consciente de sus propias falencias, esto es, uno capaz de acotar su aspiración a lo verdadero en los límites de lo verosímil.
La verosimilitud representa un grado de conocimiento -lo plausible- y un factor de decisión práctica -lo persuasivo- muy distinto a la verdad -lo innegable-. Como grado de conocimiento, lo verosímil implica el sometimiento de toda certeza (de nivel teórico o empírico) a constante revisión: es el remedio contra cualquier grado de dogmatismo. Como factor de decisión práctica, lo verosímil exige la superación del aislamiento que cualquier convicción particular (por doctrina o experiencia) implica: es la protección contra cualquier grado de intolerancia.
El escepticismo no niega el hecho de que nuestra condición existencial nos reta constantemente a tomar decisiones, sólo advierte que cada una de ellas debe ser afrontada desde una individualista incredulidad. Así, habremos renunciado a la pretensión de poder conocer la realidad objetiva y, por ello, de imponer La Verdad.
El Signo de Interrogación te invita a seguir pensando:
¿Te consideras una persona escéptica?