Un paseo por "el jardín " de Epicuro.

Filosofía médica

Por: Dr. Hugo Dramisino.




articulo

22/10/2024

Resumen

Un paseo por " el jardín " de Epicuro. 

Dr. Hugo Dramisino

Médico psiquiatra y psicoterapeuta, autor de los libros Freud Fútbol Club, Psicoterapia Psicoanalítica Existencial, La atemporalidad de los colibríes y Lo esencial del psicoanálisis y del existencialismo en psicoterapias.

El Dr. Hugo Dramisino, nos aporta un texto de contenido profundo y ameno, al que ha denominado:  Un paseo por “el jardín” de Epicuro.

Según la opinión de este destacado Psiquiatra y Pensador, Epicuro “merecería ser considerado como el primer psicoterapeuta existencial”; aborda en este esclarecedor trabajo, el pensamiento Epicúreo sobre la amistad, los placeres, la vida y la muerte. ¿Cómo enfocaba Epicuro la búsqueda de alivio de la angustia de muerte? .....

 


 

Un paseo por “el jardín” de Epicuro

Es algo más que común que cuando alguien piensa en los grandes filósofos griegos antiguos de manera espontánea surjan, Sócrates, Platón y Aristóteles. Desde ya hubo muchos otros de significativa relevancia. En tal sentido, invito al lector a compartir una fantasía: armar un símil equipo de fútbol con los que considero los once filósofos de la Grecia Antigua más trascendentes. Este listado lo haré por orden de aparición. Así tenemos en primer término a Pitágoras, le siguen Heráclito, Parménides, Empédocles, Sócrates, Demócrito, Platón, Diógenes de Sinope, Aristóteles, Epicuro y Zenón de Citio. Un dato de color, si los ubicáramos de acuerdo a la división geográfica política actual solo seis serían griegos ya que tendríamos dos italianos, dos turcos y un chipriota. Así por ejemplo Empédocles, uno de los filósofos griegos preferidos por el mismísimo Sigmund Freud, hoy sería considerado como un pensador italiano, más precisamente siciliano; y repitiendo este juego de nacionalidades contemporáneas el padre del psicoanálisis no sería austríaco sino checo (nació en Moravia).

Mi intención es presentarles de manera sucinta a quién considero uno de los más grandes exponentes de la filosofía de todos los tiempos, Epicuro (que hoy sería plenamente griego ya que nació en el año 341 a C en la isla de Samos). A quién en ese equipo de fútbol de fantasía lo podríamos distinguir, a mi juicio, como su eximio goleador.

Así como inicié este escrito haciendo alusión a los clásicos tres exponentes de la filosofía griega antigua, Sócrates, Platón y Aristóteles, desde hace años vengo repitiendo que esta tradicional tríada debería sustituirse por un quinteto, ya que deberían sumarse Heráclito y Epicuro.

A manera de introducción al pensamiento de Epicuro elijo presentarles una frase que creo resulta muy atildada para ilustrar esta consideración expositiva: “Vacuo será el razonamiento del filósofo que no alivie ningún sufrimiento humano.”

Según mi hipótesis Epicuro (epíkouros, aliado, compañero, el que socorre) merecería ser considerado como el primer psicoterapeuta existencial. Sin ninguna duda ha sido uno de los mayores filósofos griegos que ha debido soportar una injusta campaña de difamación a partir de la mala interpretación que se le otorgó a sus consideraciones sobre el placer (hasta el Dante lo condenó al sexto círculo del infierno), confusión que la historia de la filosofía, por suerte, se encargó de disipar.

Epicuro practicaba la “filosofía médica” (escribió Sobre la enfermedad y la muerte, lamentablemente esta obra nunca fue hallada) -o tal como señala J. A. Cardona en su libro Filosofía Helenística, “una filosofía alegre para un cuerpo enfermo”-. Creía que así como el médico trata el cuerpo, el filósofo debía ocuparse del alma. Para él, solo había una meta delicada de la filosofía: aliviar el sufrimiento humano. También sostenía que la primordial causa del sufrimiento era el omnipresente temor a la muerte. Pregonaba con ahínco que la angustiante idea de la muerte inevitablemente interfiere en el disfrute cotidiano, contaminando nuestros actos placenteros. Además, como ninguna actividad puede satisfacer nuestro deseo de eternidad o de inmortalidad, todas ellas nos resultan incompletas. Esto, muchas veces, nos empuja hacia una interminable e insatisfactoria búsqueda de experiencias. En tal sentido, nos instó a almacenar y grabar profundamente en nuestra memoria todo lo agradable de la vida, haciendo el aprendizaje de recordarlas una y otra vez, y así no necesitaremos estar pendientes de placeres.

El genio de Epicuro lo condujo a aproximarse al concepto de inconsciente. Él enfatizaba en que la preocupación por la muerte no es algo consciente en la mayor parte de los individuos, sino que debe descubrirse oculta en otro tipo de manifestaciones como el exceso de culto a las divinidades, la obsesiva acumulación de riquezas y la pertinaz búsqueda del poder, situaciones que transportan hacia una especie de simulacro de inmortalidad.

¿Cómo enfocaba Epicuro la búsqueda de alivio de la angustia de muerte? A través de una tríada. El primer ítem era la mortalidad del alma: si somos mortales y el alma no sobrevive, no hay nada que temer en una vida después de la muerte. Al no tener conciencia, no podemos arrepentirnos de nada de lo hecho en la vida, ni tendremos nada que temer a los dioses -aunque él no negó la existencia de las divinidades (algunos creen que por temor a que le ocurriera lo que pasó a Sócrates quien fue condenado por cuestionar la autoridad de los dioses), sí afirmó que a ellos no les importaba mucho la vida humana, solamente eran modelos de prosperidad y de calma que debemos emular-. El segundo punto es su visión de la muerte como aniquilación total: planteó que la muerte no nos puede dañar, porque el alma es mortal y se dispersa cuando morimos. Es decir que si soy, la muerte no es, pero si la muerte es, no soy; la muerte y el yo nunca pueden coexistir. Para Epicuro, si estamos muertos no sabremos que lo estamos, por lo que se preguntaba: ¿por qué temerle a la muerte si no es posible percibirla? Por último, para completar esta trilogía, propuso el argumento de la simetría: para Epicuro nuestro estado de no ser después de la muerte es el mismo en el que nos encontrábamos antes de nacer: “La muerte no es más inquietante que la nada que antecede al nacimiento”. El conocido psicoterapeuta y escritor Irvin Yalom ha propuesto introducir y trabajar psicoterapéuticamente con estas ideas de Epicuro en pacientes aterrorizados con la muerte -suscribo esta sugerencia-. Aunque queda claro que el planteo epicúreo no suma mucho cuando abordamos en psicoterapia no la angustia de la propia muerte sino el duelo por la pérdida de un ser amado -o el temor a perderlo-.

“No es lo que tenemos sino lo que disfrutamos, lo que constituye nuestra abundancia”, así Epicuro nos habló sobre los placeres calmos, sencillos. Claramente hoy se opondría a nuestro mundo híper-consumista, un sistema que tiene la habilidad de hacernos creer que necesitamos objetos novedosos e innecesarios.

Elogió la prudencia, la moderación, la práctica de la filosofía, la amistad, la risa, y otras tantas variables expresivas de ternura y del placer por existir; y en esta ética exigente, la voluntad tiene un rol esencial. Se puede decir que el conjunto de sus pensamientos procede de una gran preocupación: erradicar la negatividad y definir la positividad como realización de la paz del alma y del cuerpo. El epicureísmo combate los mitos, las creencias, las ficciones, las religiones, los dogmas, los lugares comunes, las ilusiones y otras evasiones imaginarias.

Epicuro parece ser el inventor de la filosofía entendida exclusivamente como medicina, como terapia del alma y del cuerpo (el filósofo médico). Pero esta postura atraviesa el conjunto de la filosofía antigua y, luego, la podemos rastrear en un puñado de pensadores pragmáticos y existenciales como, por ejemplo, Montaigne, Schopenhauer o Nietzsche. Como prueba de la metáfora del filósofo terapeuta, la tradición habla del tetrafármakon epicúreo (el cuádruple remedio). De los trescientos rollos que escribió solo quedan algunos aforismos conocidos como Máximas capitales y Sentencias vaticanas y estas breves comunicaciones: a) no hay nada que temer de los dioses, b) ni de la muerte, c) se puede soportar el dolor y d) se puede lograr la felicidad.

Insisto en que su aporte más significativo que aún hoy persiste y con plena vigencia son sus reflexiones acerca de la muerte. Él nos aseguró que no es algo a temer. Primero se basó en que no existe otra perspectiva post mortem que la descomposición de los átomos, la desagregación de los compuestos. Él estuvo de acuerdo en la eternidad de la materia y en la inmortalidad de los átomos; pero las organizaciones se deshacen y se rehacen, lo que nos constituye desaparece y no queda nada de lo que definía nuestra identidad. En consecuencia, no hay nada que temer de los juegos atomísticos, ningún castigo que esperar ni falta que expiar. Siendo así, ¿qué problema podría plantearnos la muerte? ¿Qué habría que temerse de ella? La muerte supone la privación del bien y del mal, no es para nosotros nada, ni un bien, ni un mal. Si está, no estamos nosotros. Si estoy yo, entonces ella no está. La muerte no afecta a los vivos, para quienes todavía no existe, ni a los muertos, para quienes ya no existe. También nos aclaró que la vida vale menos por la cantidad que por la calidad. Breve, pero intensa y filosófica, tiene más consistencia que larga e ingenua. Vivir bien conduce a morir bien. Y la tarea del filósofo no reside tanto en parasitar su vida cotidiana con la idea de muerte, sino en organizar una perpetua celebración de la vida. Epicuro apostó a la felicidad, a la alegría, al cuerpo sano, a la armonía conservada o recuperada. Además, entendió que la filosofía, la amistad y el arte no son deseos naturales, ya que los animales los desconocen y únicamente los humanos aspiramos al sentido, a la ternura y al placer estético. El deseo de ser epicúreo, de conversar con personas afables y leer a los filósofos, compartir y/o discutir criterios, son deseos no naturales y no estrictamente necesarios, incluso son artificiales y facultativos, pero muy delicados en potencialidades hedonistas, y también epicúreas, como la de restaurar un orden, producir armonía, cimentar serenidad y ataraxia (imperturbabilidad). La ataraxia epicúrea es muy parecida a la felicidad de los ascetas, al soberano bien de los renunciamientos, pero hay una característica de su doctrina que marca la gran diferencia: el rechazo del dolor y la lucha contra el sufrimiento. Pues el odio al cuerpo que enseña Platón, y luego el culto del dolor de los estoicos, no pueden satisfacer a un auténtico epicúreo. Si bien el sufrimiento desempeña un papel fundamental en los pensamientos de Epicuro, es porque reconoce la carencia y convoca al placer. Su desaparición supone la plenitud, la reconstitución y el placer de haber recuperado la armonía.

Fundó un lugar de acogida y de reflexión cerca de Atenas que llamó El Jardín. Resultó una especie de anti-República de Platón, donde reinó no solo el saber, sino también la ternura y la amistad. Epicuro sugirió mantenerse lo más lejos posible de la idea platónica de tender a organizar políticamente la vida privada. Allí, en El Jardín, se borraban todo tipo de diferencias entre sexos y se aborrecían la misoginia y la falocracia, también en él se permitía el acceso y la participación a los esclavos. Tengamos presente que en la Academia –radicalmente pitagórica– a la mujer se le asignaba un rol secundario.

Algunas máximas de Epicuro que, a mi entender, resultan muy representativas de su obra:

  1. a) Despreciar la riqueza.
  2. b) Moderar los deseos.
  3. c) Renunciar al mundo de las ficciones sociales.
  4. d) Tender a la paz interior.
  5. e) Reducir las necesidades a lo elemental.
  6. f) Identificar el placer –la ausencia de dolor- con la felicidad; de acuerdo con sus enseñanzas, quien pretenda ser feliz deberá entregarse al placer y organizar toda su vida en torno a él. Además, el placer nunca debe originar sufrimientos futuros.
  7. g) Búsqueda de aponía –ausencia de dolor físico- y ataraxia –ausencia de desasosiego-.
  8. h) Máxima valoración de la amistad (encabeza la lista epicúrea de los placeres de la vida).

No resulta extraño que a Epicuro algunos lo hayan censurado y catalogado como lujurioso e inmoral. Pero en verdad lo que él planteaba era una moral diferente de la moral abstracta e idealista que sostenían, especialmente, Platón y Aristóteles. Para Epicuro, lo que nos indica qué es bueno y qué es malo o, mejor dicho, qué nos hace bien y qué nos hace mal, es la sensibilidad corporal. Lo que nos produce placer es bueno, lo que nos provoca dolor es malo. Como resume con total acierto Gustavo Santiago en su libro Intensidades filosóficas: “así de simple, así de humano”.

Pero ¿dónde encontrar las fuentes de la felicidad, en tanto génesis también del placer? Epicuro apuntó hacia las cosas simples; la podemos hallar en la comida, en la bebida, en la sexualidad, en el descanso, en la catarsis, en el contacto con alguien querido, en el amparo, en la música. Tomando el ejemplo de la comida, según Epicuro, intervienen tres factores: el estado en que se encuentra el sujeto que va a alimentarse, la calidad del alimento y la cantidad del mismo. Pero él no promociona encontrar un término medio –ni poco ni demasiado–; por el contrario, su filosofía propone superar el mínimo tendiendo siempre al máximo. Lo ideal es llegar, sin transponerlo, a ese punto límite en el que el máximo de placer se aproxima a las fronteras del dolor.

Un dato interesante es que Epicuro descubrió que el placer es diferencial y que se presenta mediante “pulsos”. Tomemos el ejemplo del vino: una medida prudente produce placer, pero si el placer estuviera dado por el vino en sí mismo, los que viven ebrios serían los seres más felices, pero obviamente no es así. El placer siempre surge de la diferencia entre un estado previo y una situación posterior; alguien que está habituado a comidas sabrosas, pasar un día a pan y agua es un castigo, mientras que para el hambriento eso resulta una recompensa, mientras aquel que come pan y bebe agua todos los días no siente ni placer ni displacer. Un status de permanente placer es imposible, es antinatural; porque cuando se quiere hacer del placer algo constante, éste se disipa. Tengamos en cuenta que en su Carta a Meneceo Epicuro nos dice: “El gozo es el principio y el fin de una vida dichosa”.

La desaprobación de Epicuro a la lujuria, a las borracheras y a la gula no la realiza en nombre de una moral espiritualista, enemiga de los placeres corporales. Todo lo contrario, surge de su propia moral, aquella que hace del placer el fin de la vida. Si la lujuria es mala no es por el placer que produce, sino porque no causa el placer que promete, contribuyendo incluso a que se malogre una de sus posibles fuentes, por ejemplo, la sexualidad. En este punto se acerca bastante a Platón y Aristóteles, pero Epicuro no impugna el cuerpo, ahí está la gran diferencia; y la razón no debe oponerse al placer, sino que debe ponerse a su servicio. En síntesis, la razón no es enemiga del placer, es su socia.

Desde El Jardín no solamente se ha elogiado la amistad sino que, en la praxis misma, los epicúreos han hecho de ella un componente fundamental de su vida y de su filosofía. Epicuro ha expresado: “El hombre noble se dedica sobre todo a la sabiduría y a la amistad. De estas cosas una es un bien mortal, la otra es inmortal”. También manifestó: “No es un buen amigo ni el que busca la utilidad por encima de todo, ni aquel que nunca la relaciona con la amistad”. Nos propuso que en la amistad hay algo de utilidad y que eso no tiene nada de malo. Esta utilidad termina colaborando en el fortalecimiento de la amistad: “No tenemos tanta necesidad de la ayuda de los amigos, cuanto de la seguridad de su ayuda”. En otras palabras, una cosa es especular con la provisión brindada y otra cosa muy distinta es esperar la debida simetría, una espontánea y mutua correspondencia.

Por último, considero que el gran aporte que nos legó (especialmente a partir de sus Máximas Capitales) es que para acceder a la felicidad uno debe disipar el temor a la muerte: “El sabio ni desea ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata”. 

Tras Epicuro aparece el epicureísmo hedonista romano y Horacio -el gran poeta- es un fiel exponente de esta generación y teoriza el famoso carpe diem : “Aprovecha el día, no confíes en el mañana”.

  

Dr. Hugo Dramisino

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