Por: Jorge O. Veliz / Alejo Iglesias
La aspiración a la sabiduría consiste en alcanzar un supremo tipo de conocimiento que no es científico: saber qué hacer con lo que sabemos. En este esfuezo por conocer, que no se agota en ciencia alguna, consiste el filosofar.
Vacuo será el razonamiento filosófico
que no alivie ningún sufrimiento humano.
Epicuro
La vida humana y su carácter problemático -y aun peligroso- son inescindibles: la filosofía se ocupa de esta frágil condición antropológica desde que surgió, allá por el S. VI a.C., como búsqueda del sentido racional de la existencia.
Su aspiración máxima -y anhelo a menudo frustrado- es la sabiduría: quien filosofa ama discernir la verdad en medio de los estímulos de su entorno, en medio de los condicionantes de su cultura, en medio de las ciencias de su época.
El pensamiento filosófico encuentra en las derivas extremas de la historia, factores de renovación práctica y reelaboración teórica de su quehacer, pero, como hace siglos, sigue basando éste en la racionalidad de su proceder: definir nuestro marco de realidad para, sobre ese fundamento, decidir nuestra acción. En épocas de crisis, cuando el mundo de certeza que construimos con cimientos de costumbre y paredes de cultura es sacudido por lo imprevisto, cada paso que damos en su interior nos lleva a la esencia de la filosofía: la reflexión. La filosofía en su incesante cuestionar expande el horizonte de nuestra mente, nos enseña a descubrir riesgos inadvertidos, a recobrar cautelas atrofiadas, a desenterrar novedades olvidadas a buscar fundamentos, a no ser como aquellos que nada indagan pero que están seguros de todo.
Si, como pensaba Ortega y Gasset, “el hombre es él y sus circunstancias “, el hombre que no filosofa es sólo sus circunstancias y en su vivir no hace más que fluir como el agua de la acequia, por un cauce totalmente predeterminado que será su destino. En cambio, el hombre que filosofa es más él que sus circunstancias. Ha tenido el valor de salir del “confort” de la caverna (de la comodidad de aceptar sin cuestionar) a la "intemperie" de la duda. Tal hombre piensa, como Sócrates, que "la vida que no se examina no vale la pena de ser vivida".
Qué mejor oportunidad que los tiempos turbulentos para atender la propuesta de la filosofía taoísta -“hacer girar la luz”- y mirar hacia nuestro interior, hacia donde nuestra plenitud permanece condicionada y a la espera de ser reconocida y liberada.
Filosofar es, pues, ese pensar que necesitamos ejercer para que nuestra efímera entidad biológica se gane la posibilidad de reconocerse en la dignidad del ser humano más allá de sus vicisitudes.
El Signo de Interrogación te propone seguir pensando:
¿Ante qué situaciones surge el filosofar en vos?